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El fotógrafo Wilmer González solía acompañar a periodistas a las minas de oro, que conocía muy bien, en los estados Delta Amacuro y Bolívar. A eso salió de su casa el 16 de febrero de 2018 y no ha vuelto. A Lucy, su esposa, le han dicho que está muerto, pero ella sigue refiriéndose a él en presente.
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El fotógrafo Wilmer González solía acompañar a periodistas a las minas de oro, que conocía muy bien, en los estados Delta Amacuro y Bolívar. A eso salió de su casa el 16 de febrero de 2018 y no ha vuelto. A Lucy, su esposa, le han dicho que está muerto, pero ella sigue refiriéndose a él en presente.
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Marcos David Valverde
Fotografías: Fabiola Ferrero
Él ríe. Él tiene. Él hace. Él trae. Él viene. Él es. No hay desliz en el uso del tiempo: Lucy conjuga en presente. Él está vivo.
Ella dice que ya asimiló lo que tenía que asimilar. Que ya, durante cientos de madrugadas, enterró la cara en su almohada para dejar en ella las lágrimas y el desespero que no quiso gritarle a nadie. Y ahora, cuando van a ser las 5:00 de la tarde de un domingo de junio de 2019, y la lluvia se ensaña contra el zinc de su casa y decolora más un corazón y un “te amo, bebé” pintados en la pared de bloques de la entrada, y humedece al morrocoy y a la tierra y a las matas y al baño sin techo del patio de atrás, sonríe mientras toma un café en el mueble raído de la sala.
Todo sigue igual que aquella mañana del 16 de febrero de 2018, cuando su esposo, Wilmer Ignacio González Pláceres, le dijo que iba para una mina de oro en Piacoa, en el estado Delta Amacuro, y no volvió.
Hace mucho que le dijeron que por allá lo mataron.
Y ella dice que es probable que haya pasado.
Pero aquí, en San Félix, en el estado Bolívar, Lucy lo espera.
A Dominic Toretto, el fortachón de cabeza rapada que interpreta el actor Vin Diesel en la saga Fast and furious, lo caracterizan su pasión desmesurada por los carros, su familiaridad y su pragmatismo inquebrantable. Toretto. Así le decían a Wilmer González sus compañeros de trabajo en el diario Correo del Caroní, de Ciudad Guayana.
Wilmer —de bigote fino y cabello cortísimo— tenía en su cuerpo varios tatuajes garabateados con tinta azul: las iniciales “GW” en el antebrazo izquierdo, un dragón en el brazo derecho y un “19 + 58” en la mano izquierda. También le decían Perro mocho: le faltaba el meñique de la mano izquierda. No era un mote que le desagradara. Cuando lo llamaban así, se reía mostrando un punto de oro que unía sus incisivos superiores.
Nació el día 10 de hace 42 octubres en San Félix. Creció en Guaiparo, un barrio en el que adoptó las costumbres y gustos por el futbolito, el vallenato, los tragos y la fotografía. Allí, a sus 14 años, conoció a Lucy, quien entonces tenía 13.
Comenzaba la década de los 90 y se encontraban, junto a otras amistades, debajo de uno de los tres puentes que hay sobre el río Caroní. Y así se enamoraron. A sus 18 años, Wilmer entró en el servicio militar y, apenas salió del cuartel, comenzó a vivir con Lucy. Tuvieron cuatro hijos.
—Teníamos una barraquita en Sabana de Piedra y se nos quemó con un cortocircuito —recuerda Lucy—. Contimás, yo fui a pedir ayuda a la Alcaldía y no me la dieron. Pero Wilmer me decía que íbamos a salir de esa.
Detrás de la casa hay una laja. Allí Wilmer se sentaba a probar cámaras fotografiando el hospital cercano, los árboles, el cielo, la gente. Cuando comenzó a tomar fotografías en el periódico, en la fuente de sucesos, le enseñaba las imágenes que captaba a sus hijos y les decía que no se involucraran en cosas malas. Y que él siempre estaría vigilando que no lo hicieran: por eso siempre estaba allí. Y por eso, cuando no se supo más de él, sus amigos sospecharon un desenlace funesto: él no dejaría a su familia así como así. Toretto es Toretto.
A comienzos de marzo de 2018 Wilmer llamó a Lucy desde la copa de un árbol. Se había trepado allí para tratar de que su teléfono celular tuviera mejor señal. Le preguntó cómo estaban las cosas por la casa y le dijo que se encontraba en una bulla —acumulación de oro en una mina—. La conversación fue breve. Lucy pensó que estaba tratando de hacerse con ingresos extra en el yacimiento, cosa que no le extrañó considerando que en el periódico Wilmer ganaba muy mal. Antes de cortar la llamada, a él le dio tiempo de decirle que pronto Lupe le depositaría un dinero. Ella no sabía quién era Lupe: hoy cree que se refería a un “pran” de la mina.
Al cabo de dos meses de aquel contacto telefónico, como Wilmer no había vuelto, la mujer se atrevió a hacer algo a lo que se había negado: hacer pública la noticia de la desaparición.
Lo primero que hizo fue conversar con funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc).
—¿No cree que se haya ido con alguna amante? —le preguntaron.
Luego, ella investigó y corroboró que, en efecto, Wilmer tenía una amante.
Pero para ella eso es lo de menos.
Wilmer González comenzó a trabajar como chofer en Correo del Caroní en 2008. Como acostumbraban los conductores del diario, de vez en cuando tomaba las cámaras para suplir a los fotógrafos que no podían acompañar a los periodistas a las pautas.
Wilmer González, por ejemplo, fue el primero en fotografiar el ATR 42 de Conviasa que se estrelló en un patio de la empresa estatal Siderúrgica del Orinoco (Sidor) en septiembre de 2010.
Unos años después comenzó a incursionar en el pantanoso terreno de las minas. Y pronto se volvió un experto. Varios medios nacionales e internacionales lo contrataban para que orientara a periodistas por esos parajes. Lucy no sabe si en esas excursiones él se animaba a trabajar de minero.
Cuando regresaba, Wilmer le mostraba las fotos que había tomado. Y también le contaba sobre las irregularidades que veía y a lo que tenía que someterse en ciertos casos.
—A veces tenía que pedirle permiso a un “pran” para tomarle fotos a lo que él dijera. Una vez quisieron quitarle la cámara. Lo conocían en la mina del Kilómetro 88 porque ahí estaba un hermano de él. Pero él nunca quiso nada. El jefe de esa mina le ofreció hasta un carro y él no quiso nada con esa gente. El dice que eso no es vida.
Un día de abril de 2018, un vecino llamó a Wilmer, pero alguien que no era él respondió. El vecino entonces corrió a contarle a Lucy.
—Me dijeron que estaba equivocado.
Él no solía prestarle su teléfono a nadie, así que, preocupada, insistió en marcarle. La respuesta fue la misma:
—No, está equivocada.
Revisó su teléfono para verificar que fuese el número correcto. Y llamó una vez más.
—Está equivocada. A mí me vendieron este teléfono.
Lucy pidió a sus cuñados que llamaran a Wilmer. La respuesta, siempre, era igual.
Y un día, de pronto, no volvieron a contestar.
En el Cicpc no solo le asomaron la duda sobre si huyó lejos con alguien, sino que además le dijeron con crueldad algo que ella no quería oír:
—En las minas matan a mucha gente. Los pranes matan a la gente como para salir de ellas y meter más.
Conversó también con los compañeros de trabajo de Wilmer en Correo del Caroní. Pero les pidió que no divulgaran nada: temía que ventilar el caso podía entorpecer cualquier investigación que adelantara el Cicpc.
Mientras, algunos trataron de aprovecharse de lo que ocurría.
—Contimás me quisieron extorsionar y todo eso. Me amenazaron.
Comenzó a Recibir muchas llamadas para amedrentarla: voces anónimas le decían, por ejemplo, que Wilmer estaba secuestrado y que ella tenía que pagar para que no lo mataran. O que Wilmer estaba enfermo y que también tenía que pagar para que le compraran las medicinas. Alguien le recomendó que cuando la llamaran exigiera que la dejaran escucharlo.
Germán Dam, periodista, abogado y compañero de fuente de Wilmer González en Correo del Caroní, emprendió su propia investigación.
Indagando, supo que le dispararon y que lo descuartizaron vivo. Entonces prefirió decirle a Lucy que a Wilmer lo mataron y que no aparecería. Esa es, si acaso, la gran certeza de esta historia: las minas de Bolívar y de Delta Amacuro son yuxtaposiciones interminables de fosas comunes. Y de acuerdo con el rastreo de Dam, el cadáver de Wilmer González es ahora parte de ellas.
Lucy insistió en su investigación aparte. Y encontró lo mismo.
—Me dijeron que a él lo habían matado. La misma gente con la que se fue mandó a decir que lo habían matado con otras personas. Que lo mató otro sindicato porque se comió la luz, como ellos hablan. Me imagino que no se les quedaría callado, que les contestaría, porque eso sí, que él respondía. Pero de él hacer maldad, no.
Sindicato es, en realidad el eufemismo con el que se conoce a las pandillas que imponen sus leyes en las zonas mineras.
A partir de la confirmación sobre el asesinato comenzó el trance de las noches en las que prefirió llorar. Apartada. Encerrada. Sola.
—Mis hijos están muy desconcertados. Como ellos no han visto el cuerpo, dicen que su papá no está muerto. Yo fui la que me deprimí más. A uno le cambia la vida. Yo había dejado de trabajar en un quiosco en el que vendía cocos fríos en una avenida de Puerto Ordaz, y eso nos pegó. Ellos han tomado las cosas con calma y lo bueno es que son grandes. La mamá de Wilmer nunca supo que estaba muerto. Se murió sin saberlo. Pero supo que está desaparecido y decayó. Para acá vino mucha gente y mucha gente no sabe todavía.
Pese a todas las confirmaciones, Lucy, como sus hijos, abraza una posibilidad: —Mientras no vea un cuerpo, no puedo decir que está muerto.
A finales de octubre de 2018, en Sao Paulo, Brasil, el equipo de InfoAmazonía que recibió la mención de honor del premio Vladimir Herzog por el trabajo Explorando el Arco Minero del Orinoco, dedicó el galardón al fotógrafo. Fue la primera vez que se dijo públicamente que estaba muerto.
“Queremos dedicar este homenaje a Wilmer González, un fotoperiodista venezolano que nos ayudó en el campo. Por la situación de penuria de su país, y sin ninguna oportunidad a la vista, tuvo que dejar el trabajo para intentar sobrevivir de la extracción ilegal de oro, la que denunció en tantas oportunidades. Descubrimos, varios meses después de haber desaparecido, que fue trágicamente asesinado”.
—Hay quienes dicen que en las minas secuestran a la gente para que trabajen cuatro años y después los sueltan. Yo digo: bueno, ojalá que esté… Wilmer siempre ha sido pilas. Si lo mataron, o estaba durmiendo o estaba entretenido en algo. Yo prefiero creer que él está de viaje.
Por eso es coherente cuando Lucy conjuga los verbos en presente. Dice que él ríe, él tiene, él hace, a él le gusta, él trae, él viene: él es.
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DESAPARECIDOS
Estas historias forman parte de la serie Fosas del silencio: Los desaparecidos en la búsqueda de El Dorado, un trabajo de CODEHCIU en alianza con La Vida de Nos.
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